Asistimos a una revolución tecnológica donde la esfera digital y las capacidades de cómputo crecen exponencialmente. La información que se despliega en la red, refleja nuestros pensamientos y comportamientos más íntimos y profundos, porque nos encontramos permanentemente conectados, permitiendo que las empresas y los Estados conozcan lo que hacemos o haremos siempre. Sin embargo, la información digital plantea mayores dificultades, pues el contenido no depende del soporte físico y esto produce que puedan existir miles o millones de copias que estén en manos de otras personas o entidades una vez se generen.
Actualmente, el 67% de la población realiza interacciones múltiples que se registran en la red digital y la República Dominicana no es ajena a dicha situación, dado que en los últimos años se ha mantenido entre los países en vía de desarrollo con mayor nivel de crecimiento, hecho sostenido por Nelson José Guillén Bello, anterior presidente del Instituto Dominicano de las Telecomunicaciones (Indotel), quien manifestó en su momento que “estamos cada vez más conectados entre nosotros y con el mundo”, ya que en 2018 aumentó 12,3%, cifra superior a otros sectores.
El intercambio de datos se vuelve más dinámico porque la información se desplaza a la velocidad de la luz, lo que da lugar a que las personas tengan mayor acceso a la información y posibilidades de difusión. No obstante, junto con dichas oportunidades aumentan las capacidades de recolección y el tratamiento de datos, tanto por la inmensidad de la generación de estos, como por la existencia de más mecanismos y dispositivos para extraerla.
La información se ha convertido en un activo altamente preciado por la sociedad, razón por la que el mercado procura extraer el máximo beneficio económico de los hábitos de los usuarios, buscando entrar así en lo más profundo de la psiquis humana, partiendo de sus publicaciones. No solo tienen en cuenta momentos especiales (actividades festivas o viajes), sino que las personas son estimuladas a subir todo tipo de contenidos, hasta lo irrelevante o íntimo. En consecuencia, estas entidades editan según el tipo de personalidad que identifican con el objetivo de que utilicen la aplicación por más tiempo; por ende, la información consultada debe generar segregación de dopamina.
El fundador y CEO de Facebook, Mark Zuckerberg, podría estar orquestando masivas pruebas aleatorias para evaluar cómo reaccionan las personas ante la crisis sanitaria actual, porque el tránsito en la red ha crecido significativamente entre 25% y 40%; este hecho permite captar más tiempo de atención y datos, y facilita entender las diferentes reacciones. ¿Por qué esto puede convertirse en un problema? Porque el miedo nos deja más vulnerables y maleables frente a la comprensión de las conductas que alcanzan estas empresas y pueden derivar en una manipulación de las personas, como sucedió en las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2016.

La conclusión es clara: el negocio de las plataformas sociales gratuitas consiste en comercializar la información de sus usuarios. Esto significa que los usuarios participan directamente en el proceso de producción de los bienes y servicios que se comercializan. En otras palabras, son el producto de lo que supone un problema ético y jurídico, que amerita atención y del cual ellos no están del todo enterados. Los entornos digitales no solo han provocado controversias respecto a la finalidad con la que se usa la información personal, sino que hay que recordar que las redes facilitan el acceso y la difusión de la información, ha aumentado la proliferación de mensajes de odio, incitación al crimen, robo de identidad y noticias falsas, jugando en contra nuestra y atacando principios fundamentales del Estado democrático de derecho.
La Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) ha querido aclarar este asunto, al afirmar que “el Estado debe de abstenerse con mayor rigor de establecer limitaciones a estas formas de expresión, […], en razón de la naturaleza pública de las funciones que cumplen, deben tener un mayor umbral de tolerancia ante la crítica”. Las plataformas digitales, por su parte, han comenzado a censurar las publicaciones que puedan vulnerar derechos de otras personas, mensajes de odio o violación a la ley; sin embargo, cuando dichos mecanismos no funcionan, estos no comprometen su responsabilidad como en el caso de la prensa tradicional, tal como sucede en la legislación dominicana.
No caben dudas de que el desafío del Estado es poner en equilibrio todos los derechos fundamentales que se encuentran involucrados y los grandes aportes de los avances tecnológicos, porque se han convertido en parte de nuestras vidas. De modo que, para garantizar ese contrapeso entre derechos fundamentales y avances científicos y tecnológicos, deben crearse regulaciones mediante las cuales los Estados adopten una visión global más allá del Estado-Nación.
Las fronteras físicas son porosas en la esfera digital, por lo que no es efectivo regular tecnologías de implicación global desde el ámbito meramente nacional; en efecto, se necesita cooperación internacional, ya que el uso de las plataformas digitales (como Facebook, YouTube, Twitter e Instagram) se extienden por todo el mundo y, por ende, la vulneración de los derechos puede venir desde cualquier parte, pero no puede tratarse solamente de sancionar, sino de prevenir.